Cuba ha soportado una de sus semanas más duras en años después de un apagón nacional que dejó a unos 10 millones de cubanos sin poder durante varios días.
Además de los problemas de la isla caribeña, el huracán Oscar dejó un rastro de destrucción a lo largo de la costa noreste, dejando varios muertos y causando daños generalizados.
Para algunas comunidades de Cuba la crisis energética es la nueva normalidad.
Mientras Cuba se acercaba a su cuarto día sin energía esta semana, Yusely Pérez recurrió a la única fuente de combustible disponible para ella: la leña.
Su barrio de La Habana no ha recibido sus entregas regulares de latas de gas licuado desde hace dos meses.
Así que una vez que la red eléctrica de la isla se desplomó, lo que provocó un apagón nacional, Yusely se vio obligada a tomar medidas desesperadas.
“Mi esposo y yo fuimos por toda la ciudad, pero no pudimos encontrar carbón en ninguna parte”, explica.
“Teníamos que recoger leña donde la encontráramos en la calle.
Afortunadamente estaba lo suficientemente seco para cocinar con.” Yusely asintió a las papas fritas de yuca frita lentamente en una olla de aceite tibio.
“Hemos pasado dos días sin comer”, añade.
Hablando el domingo pasado, en el punto álgido de la crisis energética más aguda de Cuba en años, el ministro de Energía y Minas del país, Vicente de la O Levy, culpó los problemas de la crujida infraestructura eléctrica del país de lo que él llamó el “brutal” embargo económico estadounidense contra Cuba.
El embargo, sostuvo, hizo imposible importar nuevas piezas para reformar la red o traer suficiente combustible para manejar las centrales eléctricas, incluso para acceder al crédito en el sistema bancario internacional.
El Departamento de Estado de Estados Unidos respondió que los problemas con la producción de energía en Cuba no estaban a la puerta de Washington, sino que se debían a la propia mala gestión del gobierno cubano.
Pronto se reanudaría el servicio normal, insistió el ministro cubano.
Pero tan pronto como pronunció esas palabras hubo otro colapso total de la red, la cuarta en 48 horas.
Por la noche, la extensión total del apagón se hizo evidente.
Las calles de La Habana se hundieron en una oscuridad casi total mientras los residentes se sentaban en las puertas en el calor sofocante, sus rostros iluminados por sus teléfonos móviles, mientras sus baterías duraban.
Algunos, como el trabajador de restaurantes Victor, estaban dispuestos a criticar abiertamente a las autoridades.
“Las personas que dirigen este país son las que tienen todas las respuestas”, dice.
“Pero van a tener que explicarse al pueblo cubano”. Específicamente, la decisión del Estado de invertir fuertemente en turismo, en lugar de infraestructura energética, lo frustraba más durante el apagón.
“Han construido tantos hoteles en los últimos años.
Todo el mundo sabe que un hotel no cuesta un par de dólares.
Cuesta 300 o 400 millones de dólares”. “¿Entonces por qué se está derrumbando nuestra infraestructura energética?”, pregunta.
“O no están invirtiendo en ello o, si lo están haciendo, no ha sido para el beneficio del pueblo”. Consciente del creciente descontento, el presidente Miguel Díaz-Canel apareció en la televisión estatal con las tradicionales fatigas olivo-verdes de la revolución cubana.
Si ese mensaje no era lo suficientemente claro, advirtió directamente a la gente contra la protesta por el apagón.
Las autoridades no "toleran" el vandalismo, dijo, ni ningún intento de "alterar el orden social".
Las protestas de julio de 2021, cuando cientos fueron arrestados en medio de manifestaciones generalizadas tras una serie de apagones, estaban frescas en la memoria.
En esta ocasión, sólo hubo un puñado de denuncias de incidentes aislados.
Sin embargo, la cuestión de dónde Cuba decide dirigir sus escasos recursos sigue siendo un verdadero punto de controversia en la isla.
“Cuando hablamos de infraestructura energética, eso se refiere tanto a la generación como a la distribución o la transmisión.
En cada paso, se necesita mucha inversión”, dice el economista cubano Ricardo Torres, en la Universidad Americana en Washington DC.
La generación de electricidad en Cuba ha caído recientemente muy por debajo de lo que se requiere, supliendo sólo alrededor del 60-70% de la demanda nacional.
El déficit es una “gran y grave brecha” que ahora se está sintiendo en toda la isla, dice el Sr. Torres.
Según las propias cifras del gobierno, la generación nacional de electricidad de Cuba cayó alrededor de un 2,5% en 2023 en comparación con el año anterior, parte de una tendencia a la baja que ha visto una caída asombrosa del 25% en la producción desde 2019.
“Es importante entender que el problema de la semana pasada en la red energética no es algo que suceda de la noche a la mañana”, dice Torres.
Pocos lo saben mejor que Marbeyis Aguilera.
La madre de tres hijos de 28 años se está acostumbrando a vivir sin electricidad.
Para Marbeyis, incluso el “servicio normal” siendo restaurado todavía significa la mayor parte del día sin poder.
De hecho, lo que los habitantes de La Habana soportaron durante unos días es cómo es la vida cotidiana en su pueblo de Aguacate, en la provincia de Artemisa, fuera de La Habana.
“No hemos tenido energía durante seis días”, dice, preparando café en una estufa de carbón improvisada dentro de su choza de techo de hojalata.
“Anoche vino por un par de horas y luego salió de nuevo.
No tenemos más remedio que cocinar así o usar leña para proporcionar algo caliente a los niños”, añade.
Sus dos placas de gas y un anillo eléctrico se sientan inactivos en la parte superior de la cocina, la habitación llena de humo.
La comunidad necesita urgentemente asistencia estatal, dice, y enumera sus prioridades más urgentes.
“Primero, la electricidad.
En segundo lugar, necesitamos agua.
La comida se está acabando.
Las personas con dólares, enviadas desde el extranjero, pueden comprar comida.
Pero no tenemos ninguno así que no podemos comprar nada”. Marbeyis dice que algunos de los principales problemas en Aguacate – inseguridad alimentaria y distribución de agua – se han visto exacerbados por los cortes de energía.
El trabajo manual de su esposo también requiere electricidad y él está atascado en casa esperando la instrucción para venir a trabajar.
El gobierno cubano debía llamar a los trabajadores estatales para el jueves, pero para evitar otro colapso en la red, todos los trabajos y escuelas no esenciales han sido suspendidos hasta la próxima semana.
“Es especialmente duro para los niños”, añade Marbeyis, con los ojos despedazados, “porque cuando dicen que quiero esto o aquello, no tenemos nada que darles”. Vivir sin una fuente de energía confiable es la nueva normalidad en lugares como Aguacate.
Muchos han estado luchando contra la escasez de energía desde el comienzo de la pandemia de Covid-19, que coincidió con una fuerte recesión económica en la isla.
Tal vez el mayor problema para el Estado cubano es que la visión de la gente cocinando con leña y carbón en el siglo XXI recuerda a la pobreza bajo el dictador Fulgencio Bastista, a quien los revolucionarios expulsaron hace seis décadas y media.
En medio de todo esto, en la costa noreste, la situación empeoró aún más.
Mientras la gente aún se enfrentaba al apagón, el huracán Oscar tocó tierra, trayendo vientos fuertes, inundaciones repentinas y arrancando techos de sus hogares.
La tormenta puede haber pasado.
Pero los cubanos saben que tal es el precario estado de la infraestructura energética de la isla que el próximo apagón nacional podría venir en cualquier momento.